EL XXIV FESTIVAL DE MUSICA “A ORILLAS DEL GUADALQUIVIR” LLEGA A SU ECUADOR.

Esta edición está dedicada al XXV Aniversario de Juventudes Musicales de Sanlúcar de Barrameda.

La vigésimo novena edición del Festival Internacional de Música “A Orillas del Guadalquivir” llegó ayer viernes al ecuador de su programación, tras cinco intensas jornadas en las que se han vivido momentos de una gran altura artística como hacía años que no se conocían.


El equipo técnico del XXIX Festival. La delegada, Mariuca Cano, el director Juan Rodríguez, José Antonio López y Paco Cuevas.

El concierto inaugural corrió a cargo de la Orquesta de Cámara Andaluza, que estuvo dirigida por Israel Sánchez, que actuó en lugar del anunciado director titular y fundador, Michael Thomas. El programa, integrado por obras de Janacek, Suk y Dvorak, bajo el sugerente título de “La herencia nacionalista checa”, dio la oportunidad a los apenas cincuenta espectadores que se dieron cita en esta primera sesión, a gozar con una música de una gran pulsión romántica y completamente arrebatadora. La interpretación de los músicos andaluces fue correcta, teniendo en cuenta que la escasa presencia de público motivó que el concierto fuese frío aun a pesar del asfixiante calor de la sala y a pesar de que los intérpretes pusieron toda su voluntad en cuajar una buena actuación.

En el segundo día, la Orquesta y Coro del Teatro Filarmónico de Donekst (Ucrania) que ya nos ha visitado en varias ocasiones, puso en los atriles la “Novena Sinfonía” de L. V. Beethoven. La asistencia de público fue mucho mayor que el primer día, pero no llegó al lleno como se hubiera merecido este gran acontecimiento sinfónico. La solvencia de director, solista, orquesta y coro, quedó más que demostrada y aunque la versión que planteó el líder de la orquesta, el joven maestro valenciano Sergio Alapont, mostrase algunas novedades respecto a los “tempi” con las versiones más conocidas y apreciadas, pero no por ello menos interesantes y valiosas. La labor de los solistas vocales en el cuarto movimiento fue digna de resaltar, especialmente los de las voces masculinas, de gran calidad y contundencia. Los aplausos premiaron una actuación de gran calidad y mérito, teniendo en cuenta la gran movilización de recursos humanos que una obra de estas dimensiones requiere.

La Orquesta de Cámara de Linz, a las órdenes de nuestro paisano y director del Festival, Juan Rodríguez Romero, nos trajo al día siguiente un repertorio barroco-clásico-romántico integrado por obras de Haëndel, Haydn (con una memorable intervención del solista de violín austríaco Wolfgang Nusko) y Mendelshonn. El reducido grupo de músicos de cuerda tuvo una actuación redonda, destacando sobre todo en el acompañamiento orquestal que le brindaron a su violín concertino en el “Concierto en Sol Mayor” haydniano. No pudo tener mejor homenaje el venerable compositor austríaco en el segundo centenario de su muerte, que se conmemora en este año 2009. La escasa presencia de espectadores –solo se llenó media sala– continuó siendo la tónica en este tercer día de Festival.


Daniel G. Florido y José A. López, incansables trabajadores del Equipo que coordina este XXIX Festival

En la cuarta sesión, “The Soloist of London” respondieron sobradamente a la expectación que su presencia en Sanlúcar había despertado. Sin ninguna duda se trataba de un concierto más que interesante, debido entre otras cosas a que la presencia de cuartetos de cuerda por esta zona siempre es escasa y debido también a que el Festival no ha cuidado mucho de que no falte este indispensable grupo camerístico en la programación de otras ediciones. Los cuatro intérpretes de cuerda (a los que se unió en el Divertimento en re mayor de Mozart el contrabajista Mathew Coman, alma mater de la gira de estos valiosísimos músicos ingleses, protagonistas absolutos del V Festival de Música que se organiza por iniciativa suya en la localidad gaditana de Alcalá de los Gazules) formaron un todo sincronizado a la perfección, con un empaste homogéneo y una técnica única, logrando así el ideal de este grupo camerístico, clave del repertorio de todos los tiempos desde el clasicismo a nuestros días: que cuatro suenen como uno solo, una sola estética, una sola forma de pensar la música, en beneficio de la obra del compositor.

El programa que ofrecían los virtuosos londinenses hacía homenaje al compositor del año, Franz Joseph Haydn, con su cuarteto Op. 76 nº 3, en Do mayor, más conocido como “Cuarteto Emperador”, cuyo segundo movimiento se ha hecho universalmente conocido por estar basado en el “Himno del Emperador”, un movimiento en forma de variaciones que agota todas las posibilidades conocidas de transformación y acompañamiento variado de un tema, cuya melodía y armonía permanece prácticamente invariable en los más de ocho minutos que dura esta maravilla de la música de cámara de todos los tiempos y estilos. La ejecución por parte de los cuatro músicos ingleses fue magistral: toda una lección insuperable de conjunción y de afinación, de exquisitez y de lirismo. El ya citado Divertimento de Mozart fue tocado a una velocidad de vértigo, sin que en ningún momento el tempo fuera un obstáculo para que los planos sonoros y el equilibrio instrumental (teniendo en cuenta la mayor profundidad y densidad de los bajos por el ya mencionado añadido del contrabajo) siguiera siendo ejemplar y perfecto.


Los «Solistas de Londres», reforzados por el contrabajista Mat Coman, en la interpretación del Divertimento en Re Mayor de Mozart

En la segunda parte, una interesante obra del compositor norteamericano Philip Glass (nacido en 1937), máximo representante del minimalismo, cuya obra Company, integrada por varios movimientos basados en diferenciadas ideas repetitivas aunque muy atractivas en su sonoridad, dio la oportunidad de comprobar también la idoneidad de estos intérpretes para comprender y divulgar la música de nuestro tiempo. El estupendo recital se cerró con el cuarteto Op.18, nº 4, de Beethoven, que fue tocado con la madurez y el rigor de unos músicos que no perdieron la tensión interpretativa en ningún momento, que se compenetraron a la perfección y que dejaron, en suma, el pabellón de este Festival a una altura de gran nivel artístico.

El viernes 7 le tocó el turno a la Orquesta Sinfónica Estatal Rusa “Mistislav Rostropovich”, dirigida por el director español, viejo conocido de este Festival, Ramón Torrelledó. Era difícil, salvando las lógicas diferencias entre géneros (el paso de la música de cámara al sinfónico es gigantesco) superar el nivel del día anterior. Pero la legendaria orquesta rusa (fundada nada menos que en 1920) trajo hasta Sanlúcar sus mejores valores y el concierto fue inolvidable en todos sus aspectos.

No obstante, hay que lamentar, un día más, que la escasa presencia de público se hace ya una costumbre en las diarias sesiones de este veterano encuentro estival. Apenas tres cuartos de entrada, para una Orquesta que días antes, en Palencia, había conseguido congregar a 5.000 espectadores en una impresionante audición del Carmina Burana, según manifestaciones del propio director. En fin, una vez más, los esfuerzos del equipo técnico del Festival no encuentran la respuesta adecuada entre los melómanos, cuya repetida ausencia debería ser objeto de estudio y reflexión adecuada por parte de los responsables ante esta falta de asistencia.


La técnica de dirección de Ramón Torrelledó impactó una vez más a los melómanos sanluqueños que tuvieron la suerte y el acierto de presenciar este concierto inolvidable

Ese grandísimo director que es Ramón Torrelledó encontró de nuevo en Sanlúcar el ambiente necesario y adecuado para demostrar su arrebatadora técnica y su gran dominio del arte orquestal. Ante un ambiente cálido y sofocante (que hizo que los sufridos músicos rusos llegaran a desprenderse de sus chaquetas en la segunda parte, pues la primera la tocaron completa arropados con el uniforme de rigor, hecho para climas más gélidos) Torrelledó consiguió sacar el mejor partido a unos músicos de una profesionalidad a prueba de termómetros y vientos de levante, y se metió al público en el bolsillo, que terminó puesto en pie, con vítores y palmas por sevillanas.

Tres “bises”, nada menos, regaló el dinámico e inagotable director a sus admiradores sanluqueños. Sacó de nuevo a escena al clarinetista Vladimir Lovtchikov para brindar a un público enfervorecido una versión de una canción popular mexicana que se ha hecho universal, además de uno de los más celebérrimos valses de Dimitri Shostakovich, para cerrar con una apoteósica y vertiginosa interpretación del intermedio de La Boda de Luis Alonso, de Jerónimo Jiménez, demostrando una vez más que la música española y la música rusa tienen tantos puntos en común como si fuesen hijas de la misma raíz.

El programa ofrecido por la Sinfónica Rusa estaba sabiamente confeccionado, pues combinó a la perfección en la primera parte dos obras muy conocidas del repertorio nacionalista, como las Danzas Polovtsianas del Príncipe Igor, de Alexander Borodin, y la Marcha Eslava, de Piotr Tschaikovsky, con otras dos obras de corte mucho más contemporáneo, con preciosas orquestaciones, que contaron con las intervenciones solistas del ya mencionado clarinetista Lovtchikov, y del genial violinista Victor Chursin, que hizo que su intervención fuera uno de los momentos más felices de la noche.

Fotos: © Juventudes Musicales
Texto: © Salvador Daza.