CLAUSURA DEL XXIX FESTIVAL DE MUSICA “A ORILLAS DEL GUADALQUIVIR”

Ayer miércoles fue clausurado el XXIX Festival Internacional de Música “A orillas del Guadalquivir”, con un concierto de la Orquesta “Manuel de Falla”, dirigida por Juan Luis Pérez, que contó como solista con el joven pianista Juan Pérez Floristán.

ESTE FESTIVAL ESTUVO DEDICADO  A JUVENTUDES  MUSICALES DE SANLUCAR DE BARRAMEDA  

       

         

 

Un momento de la representación de «Carmen» de Bizet en el Festival de Sanlúcar. Una gran asistencia de público avaló este “estreno” en nuestra ciudad de esta emblemática ópera.

Los últimos conciertos de esta segunda parte del Festival han supuesto una subida del nivel artístico respecto a la primera, que fue algo más irregular en cuanto a calidad interpretativa. Contando con un punto de partida extraordinario, pues el domingo 9, la Compañía de Ópera de Concerlírica, integrada por destacados solistas vocales y la Orquesta y Coros del Teatro de Doneskt (Ucrania) pusieron en escena la ópera “Carmen” de Georges Bizet, con muchos elementos en contra (especialmente el espacio, nada desdeñable, tratándose de una obra escénica) con un éxito arrollador.

El técnico de la Fundación Municipal de Cultura, José Antonio López, y la delegada de Cultura Mariuca Cano, acompañan y felicitan al director de «Carmen», Victor Lemko, tras la magnífica representación.

Hay que elogiar con todos los parabienes a esta Compañía y a su promotora, Concerlírica, por adaptarse a todas las limitaciones que ofrece el Auditorio de la Merced para este tipo de representaciones líricas, puesto que el no contar con un escenario teatral condiciona necesariamente todo el montaje escénico de la tramoya teatral de la ópera, parte hoy día de una importancia básica y primordial en cualquier montaje que se precie.

La soprano japonesa Miki Mori, excelente en su papel de Micaela, junto al director de la Orquesta (vestido ya de calle tras la representación) y al barítono Ivaschuk que encarnó a Escamillo. A ambos lados, José Antonio López y uno de los técnicos de la compañía lírica.

La orquesta, dirigida por el joven maestro ucraniano Victor Lemko, ya conocido por el público de este Festival, estuvo en todo momento brillante y espléndida, pues en perfecta conjunción con el maestro, supo aportar el acompañamiento vocal a los solistas y los coros, en las mejores condiciones de afinación y homogeneidad. En ningún momento sobresalió por encima de los protagonistas, algo que, teniendo en cuenta la falta de un foso que apague convenientemente la preponderancia del cuerpo orquestal, es algo digno de resaltar y elogiar.

En cuanto a los solistas vocales, todos estuvieron magníficos. Desde la protagonista, la mezzo canaria Belén Elvira que cuajó un papel lleno de garra y genio andaluz,hasta los roles secundarios, fue una verdadera delicia oír esta larga ópera, que en ningún momento resultó aburrida o demasiado larga. El papel de Micaela, defendido por Miki Mori, fue fantástico, pues esta cantante domina la voz de una manera proverbial, canta con mucho gusto y tiene una voz verdaderamente prodigiosa. Don José, encarnado por el madrileño Gustavo Casanova y Escamillo, representado por el barítono Makism Ivaschuk, fueron vocal y musicalmente espléndidos, llevando hasta los asientos de los quinientos espectadores que se dieron cita (lleno total) lo mejor de esta genial partitura.

Mención aparte merece el coro, perfectamente preparado por Ludmila Estrelsova, que estuvo en todo momento muy atento a las indicaciones precisas y útiles del maestro Lemko, logrando así un empaste perfecto con la Orquesta y una gran brillantez en los magníficos números corales de la obra. En definitiva, una gran representación y un gran éxito de público, que estuvo muy atento en todo momento y que premió muy calurosamente a todos los componentes de esta Compañía que tanta profesionalidad derrochó para hacer llegar su arte este veterano Festival.

El lunes 10 le tocó el turno al Trío “Dharma”, integrado por los músicos madrileños Pedro Garbajosa, al clarinete, María Ángeles Villamor, al violonchelo, y Martín Martín Acevedo, al piano. Nos traían un interesante e infrecuente programa de obras originales para esta inhabitual formación camerística, de tintes sombríos y graves, en la que el piano aporta sus grandes recursos expresivos y tímbricos, y los otros dos instrumentos su gran capacidad para el legato y el fraseo de gran intensidad.

El Trío Op. 28 en Si B Mayor de Ferdinand Ries, interesante compositor y excelente pianista alumno de Beethoven, nos dio la oportunidad de descubrir a un autor olvidado pero que forma parte del período de gran expansión del piano como dios del movimiento romántico y que participa ya de un lenguaje del que otros autores más conocidos como Schubert o Mendelshonn e incluso otros posteriores como Carl Reinecke, hicieron uso con una mayor convicción y despliegue de medios. La ejecución del trío madrileño fue en todo momento muy detallista, transparente, de gran intensidad sonora y de absoluto control de todos los recursos tímbricos y expresivo. El control del aire que demostró ese gran maestro del clarinete que es Pedro Garbajosa, a través de una respiración sosegada y perfectamente dosificada, transmitió al público una tranquilidad y un disfrute que sorprendió a todos. Y quizás fue él el que de los tres componentes más sufrió el sofocante calor y el altísimo índice de humedad que se padecía en la Merced.

Las muy originales Piezas Op. 83 de Max Bruch, otro interesante e infrecuente autor prácticamente conocido sólo por su estupendo Concierto para violín y orquesta, llenaron la Merced de espíritus atormentados, de esas extrañas sensaciones que perseguían a los artistas románticos y que el Trío “Dharma” supo presentar con una ejecución llena de misterio y misticismo. Esta música, llena de originalidad y sabor melancólico, que rezumaba tristeza y pesimismo (incluso en la maravillosa Canción Rumana), representaba el eslabón perfecto para conducirnos hacia la segunda parte del concierto y, de hecho, los músicos, con un acertado critero, “rompieron” en dos partes las cuatro piezas que habían seleccionado para la audición con el fin de interpretar dos de ellas como preparación y calentamiento (es un decir, dada la temperatura ambiente) para el muy denso y profundo Trío Op. 114 en la menor, de Johannes Brahms, que era el plato fuerte de la noche, y que ocupaba la segunda parte del concierto.

La soprano sanluqueña encandiló a los numerosos espectadores que asistieron a su recital. Rosique avalaba así ante sus paisanos una carrera fulgurante y meteórica en el difícil mundo de la ópera internacional y también fue «profeta en su tierra». En el acompañamiento, el pianista Antonio Soria.

Todos fueron uno, cada uno con sus magníficas dotes de solista (imposible ser un buen músico de cámara si no se es un buen solista) pero siempre cediendo el protagonismo en los momentos en los que los planos sonoros lo ordenan. Equilibrio, contención y homogeneidad en los fraseos expresivos, en los acentos, en el planteamiento general de la obra, sellaron una interpretación inolvidable, pues la labor mágica de Garbajosa como “pulmón” del grupo, tuvo su eficaz réplica en un Martín Acevedo impecable en todo momento al teclado y con un violonchelo que puso la pureza del sonido por encima de lo material, llegando a la cúpula de la Merced en absoluto estado de gracia musical. ¡Bravo!

Era difícil superar este recital pero al día siguiente, martes 11, la estela seductora de Ruth Rosique prometía una noche inolvidable. Tras desfilar por los escenarios operísticos más importantes del mundo, nuestra soprano universal nos visitaba para ofrecernos un recital de música española. La expectación creada por esta jornada tenía todos los caracteres de los grandes acontecimientos. Lleno prácticamente total en la Merced (cosa que no se ha producido más que con la ópera Carmen, por razones de peso) para oír a este gran talento de la lírica que se entregó en cuerpo y alma a un recital en el que los aplausos encendidos se sucedieron a cada momento. El calor asfixiante impidió algo más y en mejores condiciones de un concierto especial, en el que el silencio absoluto se impuso en señal de reconocimiento y respeto a esta joven cantante de tan sólida trayectoria artística.

En la primera parte, Ruth Rosique, acompañada por Antonio Soria al piano, ofreció a sus paisanos los Madrigales amatorios de Joaquín Rodrigo, la interesante y poco conocida canción En el pinar, de Fernando Obradors, y la música que Rodolfo Halffter puso a los versos de Marinero en tierra, de Rafael Alberti, con cinco estupendas canciones en las que el estilo y el lenguaje del nacionalismo español posterior a Manuel de Falla quedó bien servido, en una línea bastante cercana más a Oscar Esplá que a su hermano Ernesto, único discípulo reconocido del genio gaditano.

La segunda parte contó con todo un “maratón turiniano”, no en balde el maestro Soria es un gran especialista en Joaquín Turina, el gran compositor sevillano-sanluqueño y universal. Nada menos que el Poema en forma de canciones, Op. 19, el Canto a Sevilla, Op. 37, y los Tres poemas, Op. 81, nos cantó Ruth Rosique en su comparecencia sanluqueña. Con pequeños respiros en los que Antonio Soria puso los interludios pianísticos creados por don Joaquín precisamente como descanso para los muy difíciles y fatigosos números del Canto, la soprano demostró sus grandes dotes interpretativas, con una dicción perfecta, unos agudos redondos y seguros y un “saber estar” en el escenario que la definen como una gran Artista, del canto, de la escena y de la música.

Lluvia de pétalos y margaritas, arrojadas por sus numerosos admiradores, ofrenda de flores al final del concierto, cerraron una magnífica noche, en la que quedó demostrada una vez más la versatilidad, el buen hacer y el arte de Ruth Rosique, una soprano que llevó a los privilegiados espectadores de su magnífico concierto a las más altas cimas del “bel canto”.

La Merced registró un lleno casi total para oír a esta magnífica orquesta gaditana y presenciar el debut con orquesta del joven pianista sevillano, aclamado ya en varios concursos nacionales e internacionales.

La clausura del XXIX Festival Internacional de Música “A orillas del Guadalquivir” estuvo a cargo de la Orquesta “Manuel de Falla” de Cádiz, con un programa compuesto por obras de Haydn y Beethoven.

Padre e hijo, director y solista de piano, ofrecieron una lección magistral de compenetración y entendimiento que produjo una versión antológica de una obra excepcional y brillante, aun a pesar de su dramatismo.
 

La noche empezó con una sobresaliente interpretación de la obertura de la ópera El mundo de la luna, de Joseph Haydn, llena de matices, magistralmente dirigida por la certera y eficaz batuta del maestro Juan Luis Pérez, uno de los directores andaluces más brillantes del panorama musical actual.

Pero esta magnífica interpretación sólo sería un aperitivo para el indiscutible plato fuerte de la noche, el genial y contundente Concierto para piano nº 3 en do menor de Beethoven, donde la Orquesta volvió a demostrar su buen hacer y donde el pianista Juan Pérez Floristán se ganó con creces al púbico asistente en cuanto puso las manos en el teclado. Un inspirado y magistral Juan Pérez Floristán interpretó este concierto con una madurez impropia de sus pocos años. Este joven pianista, de tan sólo 16 años, logró emocionar y conmover a los asombrados y sobrecogidos espectadores del concierto que asistieron entusiasmados a una interpretación soberbia y madura de la obra del compositor alemán. Pérez Floristán demostró que ya no es una promesa del piano, sino un pianista maduro, una extraordinaria realidad musical, exquisito, dotado de una técnica impecable y de unas capacidades musicales impresionantes. Es un pianista en estado de gracia que levantó al público de sus asientos y que arrancó bravos y gritos enfervorecidos de un público rendido absolutamente y al que regaló como propina una interpretación calida, dulce y preciosista de la Danza Argentina nº 2, de Alberto Ginastera, con calidades tímbricas y expresivas sobrecogedoras.

Con tan buen sabor de boca, la segunda parte del concierto, la Sinfonía nº 97 en Do mayor de Haydn no defraudó. De nuevo la orquesta Manuel de Falla de Cádiz demostró que es una orquesta de gran calidad. Una preciosa pieza del Don Juan de Gluck, con toda la cuerda tocando en pizzicato puso el brillante punto final a un Festival marcado por la alta calidad de la mayoría de sus conciertos, la baja asistencia de público en algunas de sus sesiones producto de la falta de publicidad y promoción, y en el que se han vivido algunas de las noches más inolvidables de toda la historia de este señero festival sanluqueño.

Fotografías: Juventudes Musicales
Texto: Salvador Daza y Regla Prieto